Una prima que sufre constantemente de una dolencia, tuvo que
ir un miércoles a las ocho y media de la noche de urgencias a la clínica. Como
yo era el único adulto que estaba en casa debí acompañarla.
En el hospital (de la Policía) por suerte, la atendieron muy
rápido y yo me quedé esperando en un pasillo hasta que finalizara el proceso.
Minutos después pasó un enfermero que me clavó la mirada, se
la seguí y más adelante en cuestión de segundos pasó de nuevo, esta vez con un
paciente en una silla de ruedas.
Entraron a un cuarto y sin pensarlo pasé por el frente y vi
que le estaba aplicando una inyección. Ahí comprendí que me había levantado un
enfermero, el primero.
Y todo fue cuestión de unos minutos, salió dejó al paciente
en algún lado y volvió. Me dijo su nombre, me pidió el número telefónico y
quedó de llamar el fin de semana. Me llamó el domingo, nos vimos y charlamos
hasta el cansancio.
Y el resto todo saben que sigue.
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